domingo, 9 de noviembre de 2025

Miedo

Qué es el miedo? Por qué nos influye tanto? ¿Es el miedo quien gobierna, en última instancia, nuestras conductas?

Platón, en su mito de la caverna, quizá no hablaba del miedo directamente, pero lo retrató mejor que nadie. Los prisioneros no temen a la oscuridad, sino a la luz. Temen al conocimiento, a la libertad, a descubrir que el mundo que conocen es una ilusión. Y nosotros no somos tan distintos: preferimos las sombras familiares a la claridad que nos obliga a cambiar.

Un siglo después, Aristóteles abordó el mismo fenómeno desde otra mirada. Donde Platón veía el miedo como una reacción ante la verdad, Aristóteles lo entendía como una creación de la mente: “una aflicción de la imaginación”. El discípulo desmontaba el mito, bajando la idea del miedo desde la alegoría hasta la psicología. El miedo dejaba de ser una sombra externa para convertirse en algo que proyectamos desde dentro.

Más de dos mil años después, Sartre retomó el hilo desde otro vértice. El miedo ya no nacía de la oscuridad ni de la imaginación, sino de la libertad misma. El ser humano, decía, está “condenado a ser libre”, y esa libertad abruma. Llamó angustia a esa conciencia de que somos los únicos responsables de nuestros actos. Así el círculo se cierra: en el fondo, los prisioneros de Platón no temían tanto a la luz como a la libertad que traía consigo. Salir de la caverna no era solo ver el mundo real, era aceptar la carga de decidir, de elegir el propio camino. Lo que cambia no es el miedo, sino el escenario. El resultado es el mismo: la libertad asusta más que la oscuridad.

A veces pienso que el miedo es una especie de motor, la chispa que empuja a moverse o a esconderse. El miedo a desaparecer, a perder lo que somos o lo que amamos, nos impulsa a crear, a construir, a dejar huella. Quizá toda civilización no sea más que un intento elaborado de aplazar la extinción. Cada avance, cada ley, cada historia sobre el sentido de la vida parece una respuesta adornada a la misma pulsión: el miedo a no perdurar. Pero no todos los miedos impulsan. Algunos paralizan, disfrazando la inacción de prudencia. Aprender a distinguir entre ambos —entre el miedo que protege y el que asfixia— es casi una forma de sabiduría práctica. Porque el miedo, cuando se escucha sin obedecerse, puede ser brújula; cuando se ignora o se niega, se convierte en amo.

Se dice que la valentía es la antítesis del miedo, pero no lo es del todo. La valentía reacciona, la voluntad en cambio permanece. La valentía es salto; la voluntad, dirección. Una se mide en segundos, la otra en trayectorias. Y, curiosamente, muchas veces la voluntad nace del propio miedo: del temor a no vivir con propósito, a no llegar a ser lo que intuimos que podríamos ser.

Y ahí reaparece la caverna. Platón no describía el miedo como producto de la ignorancia, sino como reacción al derrumbe de la certeza. Los prisioneros no temen lo que no saben, sino lo que pone en duda lo que creen saber. Ese miedo no se combate con conocimiento, sino con voluntad: con la decisión de mirar la luz aunque duela. Sartre llevó esa idea más lejos. Para él, el miedo no surge de la oscuridad, sino de la claridad total, de saber que ya no hay excusas ni sombras donde esconderse. Si en Platón tememos la verdad, en Sartre tememos la libertad que esa verdad conlleva. Entre ambos extremos se alza Aristóteles, recordando que el miedo no está fuera ni arriba, sino dentro. Ni enemigo ni aliado, sino espejo.

He llegado a pensar que no es el entorno quien nos detiene, sino nosotros mismos. Llamamos obstáculos a lo que en realidad son excusas; levantamos muros para justificar el miedo que no queremos mirar de frente. El miedo rara vez tiene una causa externa: es una arquitectura interna, una forma que construimos para mantenernos dentro de lo conocido. Nos protege del cambio tanto como nos priva de él. Por eso, el miedo no solo nos limita, también nos define. Es el eco de nuestra necesidad de seguridad enfrentado a nuestro deseo de libertad. Y cuanto más consciente eres de ese conflicto, más entiendes que el miedo no se vence: se comprende.

No pretendo definirlo. Es una pregunta tan antigua como la humanidad, y sigue sin respuesta. Quizá porque no haya una sola. Tal vez el miedo sea prisión o impulso, reflejo o motor. O, simplemente, la manera que tiene la vida de recordarnos que aún nos importa seguir vivos.


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