domingo, 9 de noviembre de 2025

Matar a Darwin

Darwin killed God, are we killing Darwin?

Advertencia: Este texto no busca provocar, ni tiene fines políticos o religiosos. Es una reflexión abierta sobre una idea inquietante, centrada en cómo la sociedad moderna puede estar alterando los mecanismos naturales de la evolución.

¿Está la sociedad actuando contra la evolución? Antes de responder, conviene repasar brevemente qué entendemos por evolución.

La evolución es una teoría compleja y relativamente moderna, opuesta al creacionismo, y sobre la que aún no hay un consenso total. Incluso Darwin —quien no refutó directamente a Lamarck, sino que propuso una explicación alternativa basada en la selección natural— dudaba de sus propias conclusiones, aunque hoy sea su figura la más reconocida. Para comprenderla de forma completa conviene revisar tres enfoques fundamentales: Lamarck, Darwin y Mendel. Sus ideas pueden parecer contradictorias, pero en su conjunto forman un todo coherente.

Comencemos con Lamarck, quien a comienzos del siglo XIX propuso que los organismos podían adaptar su cuerpo a las necesidades del entorno y transmitir esas adaptaciones a su descendencia. El ejemplo clásico es la jirafa: según Lamarck, habría alargado su cuello poco a poco para alcanzar hojas más altas, y ese cambio se heredaría. Aunque más tarde se demostró que esta teoría no era correcta, su planteamiento rompió con la idea de que las especies eran inmutables y abrió el camino a pensar la vida como un proceso en constante transformación.

Darwin, ya a mediados del siglo XIX, dio un paso más allá. Observó que las diferencias entre individuos eran aleatorias, pero algunas ofrecían ventajas para sobrevivir y reproducirse. De ahí nació su teoría de la selección natural: los individuos cuyas características les permiten adaptarse mejor son los que sobreviven y transmiten esas características a su descendencia. Dicho de otra forma, no sobrevive el más fuerte, sino el más apto. Y la naturaleza, en su crudeza, selecciona sin compasión.

Un poco después, Gregor Mendel —un abad austriaco que experimentó con guisantes, observando cómo el color, la forma y otras características se combinaban en generaciones sucesivas— descubrió las leyes básicas de la herencia. Sin conocer la existencia del ADN, dedujo que los rasgos se transmiten mediante unidades discretas (que hoy llamamos genes), algunas dominantes y otras recesivas. Su trabajo, olvidado durante décadas, sería redescubierto a comienzos del siglo XX y se convertiría en la base de la genética moderna.

Finalmente, en la llamada “síntesis moderna” (décadas de 1930-1940), las ideas de Darwin y Mendel se unificaron. Se comprendió que la evolución ocurre por acumulación de mutaciones genéticas —errores naturales en la replicación del ADN o cambios provocados por el entorno— y por selección de aquellos individuos mejor adaptados a su medio. La variabilidad, fruto del azar, y la selección, fruto del entorno, son las dos caras del mismo proceso.

Conviene aclarar aquí que el texto no defiende la eugenesia. Esta se basa en la intervención humana para suprimir lo que se considera genéticamente indeseable. La selección natural, en cambio, carece de intención o juicio moral: la naturaleza no discrimina, simplemente sucede.

Planteemos ahora un escenario hipotético: una sociedad perfecta, donde todos los individuos —sin excepción— vivan cómodamente, con salud, recursos y educación. En un mundo así, ¿seguiría existiendo la selección natural? ¿Podría la humanidad enfrentarse a un callejón sin salida en su evolución?

Parece lógico pensar que si todos sobreviven, incluso aquellos con desventajas físicas o cognitivas, la selección natural pierde parte de su función. Sin embargo, más que desaparecer, se transforma. La lucha por la supervivencia se traslada del terreno biológico al cultural, manifestándose en nuestra capacidad para adaptarnos a entornos cada vez más complejos —tecnológicos, sociales o simbólicos—. Ya no somos seleccionados por nuestros genes, sino por nuestra capacidad para integrarnos en estas nuevas dinámicas sociales y cognitivas.

Al mismo tiempo, este nuevo escenario plantea una paradoja. En muchas sociedades modernas, los niveles de educación y recursos tienden a correlacionarse con menores tasas de natalidad, mientras que en contextos más precarios la descendencia suele ser mayor. Esta inversión pone en cuestión el principio clásico de que “el más apto deja más descendencia”, recordando que la aptitud no depende solo de la capacidad individual, sino también del contexto y las oportunidades —incluidos los recursos iniciales—. Aun así, en muchos casos, quienes tienen menos hijos pueden dejar una huella más profunda en la cultura: influyen a través del conocimiento, la educación y la tecnología. Es decir, transmiten menos genes, pero más ideas.

Así, aunque la evolución biológica pueda ralentizarse, la evolución cultural se acelera. La humanidad puede estar abandonando el camino de la selección natural para entrar en una nueva etapa, donde las ideas evolucionan más rápido que el ADN. Quizás ya no estemos evolucionando como organismos, sino como sociedades. Tal vez el futuro no dependa de mutaciones o herencias biológicas, sino de la forma en que transmitimos conocimiento, valores o tecnología. Y, si es así, quizá nuestra próxima transformación no sea física, sino intelectual o incluso simbólica. El desenlace permanece abierto: ¿seguimos evolucionando o estamos, por primera vez, comprendiendo que el proceso está en nuestras manos?

Miedo

Qué es el miedo? Por qué nos influye tanto? ¿Es el miedo quien gobierna, en última instancia, nuestras conductas?

Platón, en su mito de la caverna, quizá no hablaba del miedo directamente, pero lo retrató mejor que nadie. Los prisioneros no temen a la oscuridad, sino a la luz. Temen al conocimiento, a la libertad, a descubrir que el mundo que conocen es una ilusión. Y nosotros no somos tan distintos: preferimos las sombras familiares a la claridad que nos obliga a cambiar.

Un siglo después, Aristóteles abordó el mismo fenómeno desde otra mirada. Donde Platón veía el miedo como una reacción ante la verdad, Aristóteles lo entendía como una creación de la mente: “una aflicción de la imaginación”. El discípulo desmontaba el mito, bajando la idea del miedo desde la alegoría hasta la psicología. El miedo dejaba de ser una sombra externa para convertirse en algo que proyectamos desde dentro.

Más de dos mil años después, Sartre retomó el hilo desde otro vértice. El miedo ya no nacía de la oscuridad ni de la imaginación, sino de la libertad misma. El ser humano, decía, está “condenado a ser libre”, y esa libertad abruma. Llamó angustia a esa conciencia de que somos los únicos responsables de nuestros actos. Así el círculo se cierra: en el fondo, los prisioneros de Platón no temían tanto a la luz como a la libertad que traía consigo. Salir de la caverna no era solo ver el mundo real, era aceptar la carga de decidir, de elegir el propio camino. Lo que cambia no es el miedo, sino el escenario. El resultado es el mismo: la libertad asusta más que la oscuridad.

A veces pienso que el miedo es una especie de motor, la chispa que empuja a moverse o a esconderse. El miedo a desaparecer, a perder lo que somos o lo que amamos, nos impulsa a crear, a construir, a dejar huella. Quizá toda civilización no sea más que un intento elaborado de aplazar la extinción. Cada avance, cada ley, cada historia sobre el sentido de la vida parece una respuesta adornada a la misma pulsión: el miedo a no perdurar. Pero no todos los miedos impulsan. Algunos paralizan, disfrazando la inacción de prudencia. Aprender a distinguir entre ambos —entre el miedo que protege y el que asfixia— es casi una forma de sabiduría práctica. Porque el miedo, cuando se escucha sin obedecerse, puede ser brújula; cuando se ignora o se niega, se convierte en amo.

Se dice que la valentía es la antítesis del miedo, pero no lo es del todo. La valentía reacciona, la voluntad en cambio permanece. La valentía es salto; la voluntad, dirección. Una se mide en segundos, la otra en trayectorias. Y, curiosamente, muchas veces la voluntad nace del propio miedo: del temor a no vivir con propósito, a no llegar a ser lo que intuimos que podríamos ser.

Y ahí reaparece la caverna. Platón no describía el miedo como producto de la ignorancia, sino como reacción al derrumbe de la certeza. Los prisioneros no temen lo que no saben, sino lo que pone en duda lo que creen saber. Ese miedo no se combate con conocimiento, sino con voluntad: con la decisión de mirar la luz aunque duela. Sartre llevó esa idea más lejos. Para él, el miedo no surge de la oscuridad, sino de la claridad total, de saber que ya no hay excusas ni sombras donde esconderse. Si en Platón tememos la verdad, en Sartre tememos la libertad que esa verdad conlleva. Entre ambos extremos se alza Aristóteles, recordando que el miedo no está fuera ni arriba, sino dentro. Ni enemigo ni aliado, sino espejo.

He llegado a pensar que no es el entorno quien nos detiene, sino nosotros mismos. Llamamos obstáculos a lo que en realidad son excusas; levantamos muros para justificar el miedo que no queremos mirar de frente. El miedo rara vez tiene una causa externa: es una arquitectura interna, una forma que construimos para mantenernos dentro de lo conocido. Nos protege del cambio tanto como nos priva de él. Por eso, el miedo no solo nos limita, también nos define. Es el eco de nuestra necesidad de seguridad enfrentado a nuestro deseo de libertad. Y cuanto más consciente eres de ese conflicto, más entiendes que el miedo no se vence: se comprende.

No pretendo definirlo. Es una pregunta tan antigua como la humanidad, y sigue sin respuesta. Quizá porque no haya una sola. Tal vez el miedo sea prisión o impulso, reflejo o motor. O, simplemente, la manera que tiene la vida de recordarnos que aún nos importa seguir vivos.


La empresa enferma: cuando el capital sustituye al propósito

Estos días presenciamos una pugna constante: quienes defienden a las empresas y culpan a los impuestos, quienes defienden a los trabajadores y culpan a las empresas, e incluso quienes culpan a todos menos a sí mismos. Me irrita porque refleja una profunda falta de comprensión. Vivimos en un mundo donde la verdad se diluye entre verdades parciales, donde muchos parecen llevar anteojeras que les impiden percibir el conjunto. Lo paradójico es que esa verdad, esa información, hoy cabe en el bolsillo. El conocimiento es tan accesible que parece haber perdido valor. Ya no existe la curiosidad por indagar ni el esfuerzo por distinguir lo real de la ficción: cada uno busca su propia verdad, se regodea en ella y descarta cualquier otra. Esa complacencia intelectual —el sesgo de confirmación— nos empobrece como sociedad. El propósito de este texto es precisamente quitar esas anteojeras y proponer una mirada más amplia de nuestra realidad.

Empecemos por lo esencial: el significado de las cosas. Las empresas, tal como hoy las concebimos, son mucho más jóvenes que el propio término. Originalmente, una “empresa” era una tarea de gran magnitud, algo que excedía la capacidad de una sola persona: cazar un mamut, levantar Stonehenge o, muchos siglos después, poner un pie en la Luna. Con el tiempo, el concepto se redujo a su dimensión jurídica y económica, y se le asoció un rostro impersonal. De ahí nace su demonización: se olvida que detrás de cada empresa hay personas, cultura, decisiones humanas. Pero las empresas, en esencia, son lo que permite al ser humano alcanzar metas imposibles de lograr de manera individual. Son la herramienta mediante la cual la colaboración se traduce en progreso.

En nuestra sociedad capitalista solemos ver la empresa como una máquina: entra un “input”, sale un “output”, y si el resultado vale más que lo invertido, se considera un éxito. Esa es la mirada limitada del inversor. Propongo otra: pensemos en la empresa como en un organismo vivo. El cuerpo humano, por ejemplo, está formado por unos 37 billones de células. Si cada célula representara a una persona, sería evidente que el organismo —la empresa— no puede funcionar sin ellas, ni ellas sin él. Cuando algunas células fallan, el cuerpo enferma; cuando el sistema cuida de sus células, el conjunto prospera. El organismo protege, nutre y equilibra. Algunas células, como las neuronas, reciben más recursos, pero lo hacen porque su función lo exige, no porque el resto carezca de valor.

Desde 1969, cuando el ser humano pisó la Luna, parece que hayamos entrado en una larga meseta de ambición colectiva. Aquella fue la culminación de una forma de entender la empresa: un desafío compartido que trascendía el beneficio inmediato, donde el propósito era el progreso humano en sí mismo. Pero apenas un año después, en 1970, el economista Milton Friedman proclamó que la única responsabilidad social de una empresa era incrementar sus beneficios. Esa idea —nacida en los años del optimismo postlunar— cambió para siempre la naturaleza del propósito empresarial. La empresa dejó de ser una misión colectiva y pasó a concebirse como un vehículo de rentabilidad.

La empresa moderna se ha reducido, en muchos casos, a la maximización del beneficio de sus accionistas, olvidando su naturaleza original: ser una herramienta colectiva para materializar lo imposible. Cuando el beneficio a corto plazo sustituye al propósito común, el organismo enferma. La cultura empresarial actual tiende a medir la vida de una organización por su rentabilidad trimestral, no por su contribución al bienestar social ni por su impacto humano o ambiental.

No se trata de idealizar el pasado —toda época tiene sus sombras—, sino de reconocer que la pérdida de propósito erosiona el sentido mismo de la empresa. Una empresa sin propósito se convierte en una maquinaria de extracción, no en un organismo vivo. El capital debería ser el torrente sanguíneo que la mantiene en marcha, no el motivo de su existencia.

Recuperar el espíritu de empresa como misión compartida, como acto de cooperación humana, es quizá la tarea más urgente de nuestro tiempo. La innovación, la sostenibilidad, incluso la supervivencia de nuestra especie, dependen de ello.


lunes, 12 de agosto de 2013

Próximamente: El Diario de Albany

- Sobre unos anaqueles baldíos reposaban los sollozos de una triste alma perdida en forma de manuscrito encuadernado con piel curtida y deteriorada por el paso de los siglos, cubierto por una gruesa capa de polvo que impedía distinguirlo entre los escombros -

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Añorando el papel



Con un "look" heterófilo, gabardina blanca, bufanda color crudo, un jersey verde, pantalones azules junto con unas botas negras, una señora de unos cuarenta años, cuyas gafas demostraban que sin ellas, en un mundo de ciegos, ella no llegaría ni a reina, sacó de su bolso marrón una preciosa funda aterciopelada de color turquesa de la que se esperaba surgiese un "iPad" o aparato tecnológico similar. 

No pudo ser mayor mi sorpresa cuando en realidad se trataba de un objeto negro sospechoso, no parecía tener pantalla ni teclas ni otro tipo de interfaz apreciable, pero todo tuvo sentido cuando vi que en la otra mano, que me había pasado desapercibida, sostenía un bolígrafo, aseguraría que era uno de esos conocidos como "Pilot", de color azul. A continuación fui asombrado cuando ese objeto negro fue abierto y resultó ser un libro de notas en el cual con suma concentración apuntó lo que tenía en mente. 

Con cierta envidia de semejante artilugio, yo aprehendí mi teléfono y empecé a escribir estas palabras, recordando mis años adolescentes de bachiller, en los que no sólo estudiaba, sino que también iba a la biblioteca (algunos de los que me conozcan no creerán en dichas palabras, pero sí), en la cual, una vez acabadas mis tareas obligadas, decidía esgrimir mi portaminas y en un arrebato de creatividad dedicaba horas a la concatenación de palabras en versos con el fin de darles forma y belleza. Horas tachando, borrando y reescribiendo, hojas convertidas en meros proyectiles con destino a la papelera y minas dispersas sobre el papel dibujando líneas y curvas matemáticamente incoherentes pero que sin embargo desprendían belleza en su interpretación.

Todo esto me hizo pensar en un tema de actualidad, una nueva droga, dependencia, nacida de una necesidad básica del ser humano como ser social que es, la necesidad de comunicación, explotada por grandes multinacionales a través de las nuevas tecnologías. Yo mismo soy una víctima, pero una víctima consciente de que lo es, sé que mi necesidad comunicativa en base a los medios que tengo a disposición ha crecido hasta convertirse más en una grave dependencia que en una de mis necesidades básicas comunes a todos.

El desarrollo de los aparatos que nos acompañan hoy en día fue en su día parte de como soñaba el futuro, pero lo que no me esperaba era que fuera acompañada de este "boom" comunicativo. Está claro que las grandes empresas de telefonía, tanto operadores como productores han aprendido bien su lección de marketing y han sabido explotar con gran acierto las necesidades básicas del ser humano, y no sólo explotarlas, sino también acentuarlas.

El debate que pretendo abrir con esta pequeña introducción es si pensáis que realmente estamos cubriendo una necesidad comunicativa básica con nuestros "smartphones" y "tablets" o estos no están creando y exponenciando esa necesidad de modo que finalmente dependemos de ellos hasta rozar la drogradicción.

Comentad.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Pensando en ti


Pensando en ti.

Intentando dibujarte torpemente en el aire. Ni siquiera sé quién eres. Con cuántas cucharadas de azúcar tomas el café con leche, ni si te gusta el café con leche. Entonces es todo más fácil, porque puedo crearte a mi antojo. Me acuerdo de tus ojos, y sobre todo de tus manos. De cómo huele tu cuello, a hombre, a algo amargo y fino, cálido, placentero.

Cojo tu mano y pinto una caricia en mi espalda, a mil kilómetros de distancia. O aún más sencillo. Imagino que te gusta escuchar música a oscuras, dormir hasta tarde, cantar en la ducha y todas esas cosas banales que ahora brillan con el embrujo de lo nuevo.

Me aprovecho del gen fresco de lo que está por nacer, que perfuma el aire como hierba recién cortada. Me nutro del sueño, de la posibilidad, de la puerta que se queda abierta (y la luz entrando a raudales). Me alimento de mi tú inventado, hecho a la medida y aún así sorprendente y encantador, lejos de la mediocridad del personaje que el autor observa y estudia hasta difuminar sus contornos de tan explorados. Vivo de mi ilusión de ti, porque aún me habitas.

Aunque no tengamos ningún futuro.

¿Qué más da?

By a Friend of Mine


lunes, 18 de junio de 2012

La Patología de Muro



Antes de nada quisiera explicar ciertos conceptos que debemos conocer para poder entender el resto del artículo, conceptos psicoanalíticos y sociales.

El más importante y reiterado es el de Self, que se divide en tres conceptos distintos. El primero sería el verdadero Self, el que Freud llamaría el Yo, la verdadera identidad de la persona que maneja los instintos y crea, por imposiciones sociales y relacionales, al falso Self, una fachada que nos permite vivir en sociedad y que se podría asociar con el Super Yo. El tercer concepto sería el Self en sí, la integración de ambos creando la personalidad definitiva de la persona.

Otros conceptos serían:

   -Una patología psicológica es cuando una anomalía psíquica pasa de ser un rasgo distintivo de la personalidad y perfectamente funcional a convertirse en algo perjudicial para el propio individuo y/o para la sociedad.

   -La psicosis psicoafectiva, se trata de una anomalía psicológica debida a una falta de integración del verdadero Self con el falso Self a nivel afectivo.

   -Un vector patológico es un desencadenante para que una patología latente se presente.

Hablemos entonces de la Psicosis Psicoafectiva y de la Red, lo que nos va a aproximar a un modelo que podemos llamar la “Patología de Muro” que nos puede ayudar a comprender la patología de algún caso clínico gracias “al doble de nosotros mismos” que subyace en la exhibición de formas ideales de nosotros mismos, incluso con la exhibición de datos íntimos en lo cotidiano, cuando damos a conocer por internet datos reales y/o imaginarios de nosotros mismos, dejando rastros de nuestra personalidad en la Red, y peor aún la imagen en “el muro” que nos puede convertir en víctimas constructoras de un falso Self.

“Patología de Muro” en forma de aparentes banalidades correspondientes a la vida cotidiana, muros (facebook twitter, tuenti…) que como tales además de exponer en ellos importantes rasgos de nuestra personalidad, sin que nos percatemos de ello, pueden dividir el Self, pudiendo el falso Self, un falso YO, ser el que tome las riendas de la personalidad.

El verdadero Self comprende aquella interioridad del “Sí Mismo” que en cierta medida se torna inalcanzable para el individuo, pero que sin embargo es el propulsor de la espontaneidad, la creatividad y el vivir creador. El falso Self, a su vez, mantiene la función de envolver y proteger al verdadero Self: desde un "afuera" en el sentido que establece relaciones con el mundo bajo las reglas sociales que en éste imperan. El primero no puede sostenerse sin el segundo, pero éste, el falso Self, en casos patológicos puede ocupar cierta porción de aquel, el Self verdadero, una porción que puede actuar como vector patológico.

El trauma explicado desde el abandono, abuso activo, accidentes, circunstancias de ambiente adverso o vulnerabilidad constitucional, que pueden afectar al desarrollo saludable de un integrado sentido del Self (conjunto), y a las capacidades para intimar con otros. Puede convertirse a través de la imagen dada y reflejada (proyectada) en el “muro” en “un falso Self”, en un Self esquizoparanoide:

El muro como objeto aprisionador de una falsa imagen, puede llevar a un falso Self: “Patología de Muro”: el muro como aprisionador del verdadero Self.

Advirtiendo que lo que proyectamos en el muro nos persigue como una proyección paranoide, el doble imaginario que de nosotros construimos y los otros construyen de nosotros en el muro, completan un cuadro esquizoafectivo.

Este tipo de patología se puede ver cada vez más a menudo por los cambios que ha sufrido la sociedad desde la existencia de Internet, que ha cambiado nuestra forma de vivir por completo y sobre todo la de las generaciones futuras. Habría que considerar que aunque Internet crea muchas ventajas, también es una herramienta que puede llegar a ser un vector patológico si no se llega a considerar como tal y se transforma en el único medio de socialización.

Es un problema que puede no estar muy presente en la actualidad pero que puede sí estarlo en un futuro próximo, dado a que las generaciones actuales la han sufrido una vez su personalidad ya formada, sin embargo, las nuevas generaciones sufren y sufrirán esta influencia durante la formación de su personalidad, asimilándolo como algo intrínseco y natural, lo cual implicará que sea mucho más difícil de modificar.

domingo, 28 de agosto de 2011

¿Errar o no Errar?

Errar es humano, todos lo sabemos, pero la pregunta que me planteo hoy es si es un defecto o al contrario es una ventaja.

Lo primero sería entender qué es realmente errar, es algo que al fin y al cabo nos define, aunque no lo querramos admitir. La definición tal cual, más ajustada en este contexto, sería la de "faltar, no cumplir con lo que se debe". Es decir, no realizar algo como se espera que se debiera de haber hecho. Esta definición no es demasiado negativa, pero la palabra error, tiene una carga negativa muy grande porque no queremos aceptar que pueda ser algo positivo.

Por qué no queremos aceptar esto? Curioso, verdad? Yo diría que porque le tenemos miedo al cambio, lo vivo todos los días, el ser humano (común) adquiere una rutina y una vez que se establece no quiere enfrentarse a ningún cambio, todo lo que pueda suponer un cambio es negativo, una amenaza a su estabilidad y errar es eso, es hacer algo de forma distinta. La definición no dice que sea hacer algo mal, es hacer algo fuera de lo establecido.

Para que nuestro concepto de errar se vuelva un poquito más positivo en nuestras mentes, pensemos que somos fruto de millones de años de errores ya que las mutaciones, esas pequeñas modificaciones del código genético que son la causa de lo que llamamos evolución, son errores, errores aleatorios (o no, según que creencia) de transcripción de las cadenas de ADN. Dónde está la parte mala? Ese sentido negativo? Yo no lo veo.

Entonces, errar no es tan malo, errar es lo que nos hace mejorar, si no cometiésemos errores, qué tendríamos que mejorar o mejor dicho, cómo sabríamos en qué tenemos que mejorar? Cometer errores es necesario, no sólo para aprender de ellos, sino para evolucionar, junto con las imperfecciones que todos tenemos, nos acercan cada día más a la perfección y si no fuéramos imperfectos, no seríamos perfectos.

Aunque lo esté contando al revés, la idea me vino chateando con una persona que tenía a mi lado. Cómo he podido relacionarlo? Porque analizando la situación me fijé en que no se trata de un hecho aislado, cada vez más se está perdiendo la comunicación oral, cara a cara. Estamos mucho mejor comunicados pero empleamos otros medios, SMS, chats, redes sociales, blogs como este. Medios que nos permiten evitar equivocarnos, errar, podemos verificar nuestras palabras antes de emitirlas, planeamos y organizamos mucho mejor nuestras ideas por escrito que en el habla común. Es algo positivo, necesario, pero nos perdemos los errores que pudiéramos cometer por el medio oral, esos errores que como he explicado son los que nos hacen mejorar. Por lo tanto, aunque los medios escritos sean muy beneficiosos en ciertos aspectos, no estaremos empezando a perder algo mucho más importante? No sólo perdemos una parte importante de nuestras relaciones sociales pero también la oportunidad de "meter la pata".

sábado, 23 de julio de 2011

Simplicidad

Estaba yo comiendo una hamburguesa cuando empecé a pensar como un niño de dónde provenía lo que me estaba comiendo, qué era en realidad. Me acordé de mi infancia cuando un día mis padres me preguntaron de dónde venía la leche y sin dudarlo un segundo contesté "de la nevera!", menuda pregunta más tonta pensé.

También me acordé de cuando un día prometí un post sobre la teoría de cuerdas, ahora me retracto y creo que tan sólo diré que para mí se trata de un constructo que pretende hacer encajar las piezas que ya tenemos, como cuando haces un puzzle y la última pieza no encaja, en ese caso tienes dos opciones, coger un martillo o admitir que te has equivocado y rehacer el puzzle. La teoría de cuerdas es el martillo.

Los grandes científicos pecan de intentar siempre buscar soluciones complejas porque si descubriesen algo sencillo que pudiera entender cualquiera, les quitaría el crédito que tanto anhelan. Sin embargo las cosas más sencillas a veces son las más complejas, por ejemplo, demostrar que 1+1=2 es una de las más complicadas a nivel matemático, y no matemático, es tan evidente, es un concepto tan sencillo que la mayoría de las mentes comunes fracasaríamos intentando explicarlo.

Mi idea es demostraros la genialidad detrás de la sencillez y cuando estaba yo comiendo mi hamburguesa me percaté de lo sencilla que podía ser, simple y llanamente un montón de partículas en una formación determinada. El Universo en sí es simplemente eso junto con una gigantesca cantidad de energía, porque si pensáis que el universo tiene una gran cantidad de masa, la energía que tiene es inmensamente mayor.

Qué novedad no? Nada nuevo, es más de lo de siempre, sin embargo hay algo más, hay lo que yo llamaría un programa, exageradamente sencillo, es el programa que lo crea todo. La materia está programada para unirse y formar estructuras cada vez más complejas, nebulosas, soles, planetas, bacterias, plantas y animales, es decir, vida que a su vez ha alcanzado la capacidad de modificar esas estructuras de forma voluntaria o simplemente como un paso más en esa programación básica.

Entonces que tendríamos que buscar para que todas las piezas encajen? Aún no tengo esa respuesta, sino también tendría un premio Nobel tirado por casa. Lo que sí pienso es que no debemos buscar 23 o cuantas sean dimensiones, cuando la solución a algo alcanza tal complejidad lo más probable es que sea incorrecta.

Y aunque creo en la complejidad infinita de la materia lo cual contradice la posibilidad de que exista una partícula elemental, esta sería una de las cosas que deberíamos descubrir y las fuerzas que la gobiernan. En ese momento tendríamos solucionado el puzzle e icluso me animo a decir que podríamos simular informáticamente su comportamiento lo cual nos resolvería muchísimos misterios de la ciencia, sino todos, puede que hasta nos permitiera predecir el futuro.

Llegados a este punto, que se agarren los aliens, porque nos los íbamos a comer con patatas XD. Es decir, sería el fin de la ciencia teórica, ya no quedaría nada por descubrir, todo sería ciencia aplicada porque conoceríamos el funcionamoento elemental del universo, sólo tendríamos que buscar maneras para aplicarlo.

Pero podemos esperar sentados porque las barreras que se nos imponen no son enormes, sino realmente diminutas que es mucho peor.

Mi apuesta es que se trata de una partícula en la que sólo actúan dos o como máxime tres fuerzas y que uniéndose con otras modifica su comportamiento y crea distintas fuerzas. Algo realmente sencillo, sin dimensiones, sin enrevesadas teorías, una pieza sencilla k según como haya sido encajada actúa de una u otra manera teniendo la capacidad inherente de crear estructuras cada vez más complejas.



sábado, 15 de enero de 2011

Would Humankind yield its Soul?



After reading this article I asked myself if mankind or any other intelligent species could be able to sacrifice its own biological body to give birth to a race of thinking machines.

Why this question? Cause human beings (as the only known intelligent beings, dolphins excluded) have a self-preserving nature and in any aspect of its thinking and reasoning this nature has always ruled over it. The idea of the article is a good one, no doubt about it, in a purely objective logic that will be the natural way in which any species will evolve, yielding its own biological nature to acquire a sort of “immortality”.

However, there’s a great disjunction in this evolutionary line: the soul or the spirit, the concept that makes every single being a unique one. This is an abstract notion for which every individual has a different understanding, nonetheless it always involves uniqueness, either it survives or not to death. 


The notion of Soul, in the case that it won’t survive to death, could be considered as a synonym of Mind (in French, for example, they are the same word: “Esprit”) and the Mind is the name we give to the “Cognos”, to our consciousness, to what defines our thoughts and our behaviour and in the very deep, in the very root of our mind, a little voice tells us we are unique because we are flesh and bone and that we should protect our body and our progeny.

The one who is speaking is our subconscious, who connects our quality as unique beings with our biological nature, it is the one who dictates our most basic instincts, it is the one who tells us what we must eat and the one that sometimes imposes it’s willing in our relationships. Another question that we could have is if it is right. And I ask: has your subconscious ever been wrong? In any case the fact is, that this impulse of preservation is there and that it is not something easy to ignore. Finally, in the same way that humans have it, we can extrapolate that it would be absolutely normal that any other alien species will be governed by the same rules.

Therefore, the question stands there, as the doubt of if any intelligent species, even more intelligent than we are at the moment, or if in a future, the mankind itself would be able of overstepping this impulse of self-preservation to yield its “Cognos” to an artificial being, risking to lose its unique nature and probably also its Soul.